18 de mayo de 2013

EL LABERINTO


Rodeamos la pila de cartones y alguien preguntó: ¿hay algún plan o plano? Pues no. Ah, bueno. Esto es la entrada. Y así seguimos, y el laberinto fue creciendo como algo vivo, hijo de grupo y contenedor, camino que íbamos abriendo en el cartón (materia bendita regalo de calles). Nos encerrábamos y abríamos puertas y túneles para llegar a otro encierro del que saldríamos.
Nadie decía qué hacer, nos encontrábamos en el camino y de cada encuentro surgía un tramo. Cuando el trabajo es placer se convierte en juego. Y pensando en los próximos participantes del juego: los niños. “Hay que cubrir el piso con cartón para que no se lastimen las rodillas” y “todo tiene que estar cubierto porque los más chiquitines se pueden comer las piedritas”, decían.
Y después vinieron los niños, unos pocos al comienzo, mirando con cautela el engendro. Pero después comenzaron a entrar y se lo apropiaron, quedándose en los recovecos como si de una habitación a su medida se tratase, mirando el mundo a través de ventanas redondas, cuadradas y triangulares (el próximo laberinto tendrá habitaciones que no vayan a ninguna parte).
  Los más grandes justificando el regreso al gateo. Otros cubriendo superficies con tizas de colores. Dentro y fuera. Todo de ellos. Como se habían abierto grietas en los túneles los chicos decidieron repararlo con cuerdas (hay que dejar cuerdas cerca del laberinto). Y después se les propuso desmontarlo. Se aplicaron a la labor tanto como los grandes al armado. Y el laberinto volvió a ser una pila de cartones que será un laberinto que será…
ESTHER


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